Regreso a Galicia, regreso a la verdad. (Capítulo III)
El cambio de escena, de ciudad, ese cielo gris gallego que parecía llorar con él, le anticipaba todo lo que no quería ver. Tenía que enfrentarse a su huida. “Si tarde o temprano el pasado siempre vuelve”, siempre lo pensó, pero quizá no así.
Subió el primer peldaño de aquella casa antigua que le había servido de cárcel durante tantos años. Estaba igual, pero ya no era la misma. Siempre fue oscura, pero ahora, si cabe, lo estaba más.
Su madre lo recibió con frialdad y un café, como si fuera un domingo cualquiera, una visita de cortesía. Con la mirada helada le dijo:
—Se quedó dormida y no despertó. Por lo menos no sufrió. Siéntate y cuéntanos qué tal tu vida en Italia.
El entorno era hostil, frío, ajeno. Todo lo contrario a familiar. Acababa de llegar y ya quería irse.
—No vengo de visita familiar, ¿qué ha pasado? —preguntó.
—Pues si hubieras estado, lo sabrías —saltó su padre.
—¿Qué quieres que te diga, papá? ¿Perdóname por escoger vivir? ¿Perdóname por escapar de vosotros?
—¿Escapar? Nunca te faltó de nada —respondió su madre.
Liam no respondió, porque lo que le había faltado siempre era una familia, unos padres, un respiro, un hogar. Solo lo consiguió cuando salió de esa casa.
Decidió subir a la habitación de Julia. Todo estaba perfectamente colocado, como si fuera a volver. Ella era muy ordenada —por lo menos la última vez que se vieron—. Le gustaba mucho leer; aún había un libro abierto en el escritorio, con una página marcada y una frase subrayada: “No debí haber caído”.
Su cama, recién hecha, con su bolso encima… todo era extraño.
Liam se sentó en la cama y pensó que, a pesar de lo mal que ella se había portado con él, ahora estaba en su habitación y no volvería. ¿Y si le pasó algo? La culpa lo inundaba. Tenía demasiado buen corazón como para no sentirse culpable por esa muerte. Quizá él hubiera podido hacer algo… quizá ella se portaba así por algo… quizá…
Se quedó dormido en esa cama entre lágrimas. Al despertar bajó a intentar hablar con su familia, pero ellos seguían como si nada hubiera pasado, esquivando las preguntas y la conversación. No entendía para qué lo habían hecho venir, así que se dirigió a su hermano.
Después de una tensa conversación, Ed, llorando, le dice:
—Julia no estaba bien. No podía más. Tampoco yo supe ayudarla.
—¿De qué estás hablando? ¿Estaba como yo entonces? ¿Quería huir de aquí?
—Quería huir de todo, incluso de sí misma, y nuestros padres simplemente… la dejaron ir…
—¿Qué quieres decir? Joder, habla claro.
—Estaba enganchada a muchas cosas, pero no te puedo contar más. Mira, fue un error que vinieras. A ellos no les gusta que estés aquí. Vuelve a tu casa y sigue con tu vida. Aquí ya no hay nada que hacer.
Liam, roto, no sabía qué decir ni qué hacer. ¿Julia? ¿Enganchada a muchas cosas? La culpa y la ansiedad lo ahogaban, pero estaba claro que, de momento, la vuelta a Italia no iba a ser posible. Quedaba mucho por aclarar.
Suena el teléfono. Es Érika.
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