Liam: El abismo tras la grieta ( Capítulo VIII )

Estaba en shock. Cansado, agotado, atrapado en un ambiente oscuro que drenaba hasta la última chispa de mi energía. Había venido para despedirme de mi hermana y, sin darme cuenta, me había convertido en un inspector improvisado. Y estaba jodido.

Bajé a la cocina buscando un café, como si ese simple gesto pudiera anclarme al presente, devolverme algo de realidad.

Allí estaba Ed.
Histriónico, inquieto… como si quisiera decirme algo y no pudiera.

—Ed, ¿qué pasa? —pregunté, notando su mirada perdida.
—¿Qué? Nada, nada… —respondió con un tono forzado.
—Eh, hermano… puedes contarme lo que sea. Ayer hablé con mamá y…
No terminé la frase. Se levantó de golpe y salió de la cocina sin mirarme.

No hacía falta ser adivino para entender que él también sabía algo. Parecía que yo era el único que no estaba enterado de nada.
Cada vez me sentía más inútil.

Terminé el café casi de un trago.
Aproveché que mis padres no estaban en su habitación para hurgar un poco. No sabía exactamente qué buscaba, solo… algo. Revolví cajones, armarios, mesillas, cuidando de dejar todo como lo encontré. Nada. Ni un rastro. Todo lucía como un matrimonio “normal”. Incluso las pastillas para dormir de mi madre, ordenadas con su nombre en la etiqueta. Las mismas que tomaba desde que éramos niños.

No sé qué esperaba encontrar.

Volví a mi habitación, donde el cansancio ya no era solo físico, sino una sombra que se anidaba hasta lo más profundo de mi mente.


Ya no podía más.

Cenamos juntos y, mientras ellos hablaban de temas triviales —la boda de una famosa en la tele—, Ed tenía la mirada fija, como traumatizado por algo que no se atrevía a decir.

No lo pensé dos veces. Abrí la herida de golpe:

—¿Cómo fue esa noche? —solté, clavando los ojos en mi madre—. ¿Estaba drogada? ¿Se drogaba habitualmente? ¿Se suicidó? ¿Qué pasó?

Los tres me miraron como si acabara de profanar algo sagrado. El aire se volvió denso, pesado. Yo ya no podía soportar ese teatro.

—¿Cómo podéis seguir como si nada? —mi voz temblaba, más de rabia que de miedo—. ¿Cómo podéis destrozar mi vida así y sentaros aquí, con mi hermana muerta, para hablar de famosos? ¡Quiero saber la verdad!

Mi padre dejó los cubiertos sobre el plato, despacio.

—No levantes la voz —dijo, con ese tono seco que siempre buscaba aplastar—. Estamos cenando, y eso se respeta. Y, por lo que me ha contado tu madre, tú ya encontraste la verdad… en una bolsita con polvos.

Mi madre sonrió apenas. No era una sonrisa amable. Era fría, perturbadora, insoportable. Me atravesó como una aguja, mientras en mi cabeza desfilaban recuerdos de toda la maldad que habían destilado cuando éramos niños.

Vi a Ed tragar saliva, contener algo… hasta que una lágrima le cayó por la mejilla. Se levantó de la mesa sin decir nada y se fue a su habitación, llorando.

Yo me quedé allí, con la mirada de mis padres fija en mí. Inmutable. Sin pestañear.

Y lo supe: ellos no habían perdido a su hija.
La habían dejado ir.


📖 ¿Quieres seguir con la historia?

Este es solo el capítulo 8. Si te perdiste los anteriores, no te preocupes, puedes leerlos todos haciendo clic en el botón de abajo ⬇️

📚 Ver todos los capítulos

Si te gusta lo que lees y quieres apoyarme para seguir creando, puedes hacerlo en Ko-fi justo aquí abajo. 🙏 Cada aporte, por pequeño que sea, hace la diferencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *