Caminar con un disparo

Llevo una temporada, unos meses, en los que me noto arrastrada. Como soy muy imaginativa, siempre me veo caminando con un disparo en el costado, avanzando hacia un hospital que está demasiado lejos.

Hacia ese hospital voy sola. No pido favores, no quiero molestar, y en cierto modo sé que hay gente que sabe que me han disparado y disfruta con ello. Por eso también voy conmigo misma, orgullosa, porque aunque ese hospital esté lejos, sé que existe.

Ese camino son mis objetivos: diarios, pesados, duros. Los recorro en uno de mis peores momentos, mientras la herida sangra y, aun así, media sonrisa asoma. Cada paso duele, pero también me acerca, y lo sé: de esta no me voy a morir. Al contrario, voy a salir más fuerte.

Ese disparo metafórico fue darme cuenta de que la vida me estaba esperando mientras yo me hundía. Dejaba puertas abiertas a quien no lo merecía, gastaba energía donde no me convenía, en vez de afrontar lo que pasaba. Me escondía, me asustaba. Y no me avergüenzo: me enorgullezco de haberlo visto a tiempo y de estar recorriendo este camino ahora.

Cada hora pesa, a veces demasiado. Pero otras veces, incluso entre la oscuridad, la vida se deja ver: en instantes simples, casi bellos.
Y por eso lo cuento aquí, para que quede escrito: la lucha sigue.

A veces me pregunto si aguantaré todo el trayecto, si llegaré a ese hospital o si me perderé en medio del camino. Pero sigo andando. No porque me sienta fuerte, sino porque no me queda otra.

Escribo esto para no olvidarlo, y también por si alguien que me lee se siente igual: arrastrado, con la herida abierta, caminando solo hacia un lugar que parece inalcanzable.
No tengo la respuesta ni la salida inmediata, solo la certeza de que cada paso cuenta, aunque sea pequeño, aunque duela.

La vida no se detiene. Y aunque la lucha pese, aunque a veces sea insoportable, seguimos aquí. Todavía respirando. Todavía caminando.
Cada paso, aunque mínimo, nos acerca un poco más.
Y eso ya es suficiente para sonreír.

---