Dejar Ir Para Sanar

La decepción me ahogaba, no me podía creer que, con toda la vulnerabilidad que yo estaba mostrando, intentando acercarme sabiendo que probablemente dolería… y como no, dolió. Mostró su verdadera cara, la verdadera realidad.

Si esto no era la primera vez que me pasaba, ¿por qué sentía la necesidad de rogar?

Llorando, veía cómo traspasaba cada límite, y yo no parecía más que la niña a la que dejaba a sus pies, mientras se sentía por encima de mí con cada palabra.

En el fondo sabía que era una manipulación más, ya lo había vivido antes, pero me daba igual. O no quería verlo, o no quería alejarme así…

Dejé pasar la noche y, a pesar de todo, intenté acercarme otra vez, solo para recibir otro golpe, otra puñalada. Pero ahí algo cambió. Algo dentro de mí no me iba a dejar caer más abajo. Me estaba dando cuenta de que la que estaba perdiendo no era yo, que tenía que dejar la puerta abierta, que tenía que apartarme ya.

¿Qué iba a hacer a partir de ahora? Pues nada. Seguir, callar y sanar ese dolor. Ya me había levantado otras veces de la toxicidad.

Esa niña que creías haber pisoteado se ha levantado una vez más, con más claridad y sin necesidad de mirar atrás. No he perdido nada, porque cuando el respeto se rompe, la distancia se convierte en un regalo. Y me fui en silencio, sin rencor, sin odio y sin hacer daño, porque en esta vida lo verdaderamente valioso no necesita rogarse. 

Y con esto se acabó.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *