El momento y la persona.

Con mi venda en los ojos como excusa, seguí estando ahí.
Él decía que no podía hacerme feliz.
Mi razón lo entendía, pero mi herida, mi corazón, mi instinto de tropezar siempre en la misma piedra me hablaban de mis sensaciones a su lado, de por qué no esforzarme más, de por qué no.

—Seguro que es la persona correcta en el momento equivocado —me decía.
Y cuando pienso algo así, muevo cielo y tierra para revertir la situación, para que sea la persona y el momento.

Y si no lo era… también lo hago.

Es una lección que no doy aprendido:
que por cegarme, no puedo darlo todo cuando el otro ni siquiera está dispuesto a recibirlo, ni lo ha pedido, ni va a corresponderlo.

Y si no aprendes la lección, estás destinado a repetirla en bucle.

He admitido hasta aquí toda mi culpa, por así llamarle.

Pero esas personas que dicen no poder amarte ahora mismo, ¿y tampoco pueden soltarte?
No pueden, ¿o no quieren?

Siendo completamente conscientes de tu enganche, sienten tu presencia mientras intentas irte con el corazón encogido —si es que pudiste—.
Te escriben a diario mensajes propios de quien no se quiere alejar de ti.

Todo ese peso es tuyo.
Esa persona no se puede quedar, y no se va a ir.
Y tú, que te quieres quedar, intentas irte, pero no te dejan. ¿No?

Te ilusionas con su presencia, te desgastas con su marcha, te sientes como una mierda, dudas de ti y, a ratos, te apagas.
Pasas por una montaña rusa y, cuando vuelves a estar consciente, te preguntas por qué lo permites.

Así que, apoyada en su pecho, feliz, calmada, de repente me dieron ganas de llorar.
Porque sí, vino a verme.

Pero ¿a qué precio?

De su lado se notaba el frío; del mío, la necesidad de calor.
Por dentro sentía la desesperanza de querer hacerle sentir algo, mientras yo, por dentro, sentía demasiado.

El corazón me iba a mil buscando la unión que no llegaba, y se me saltó una lágrima al entender que era hora de apartarlo de mí.

Él no me quería dejar marchar, pero tampoco sostener.
Y yo no me quería ir, pero mi pecho ya no anhelaba vacíos.

La futura herida estaba clara.

Era el momento.
No sabía cómo iba a hacerlo, pero era el momento.


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Palabras desnudas, duelos y pequeñas verdades que duelen pero liberan. Si te quedas hasta el final del texto, te espera una voz que acompaña.

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