El vacío después del abismo…
Ese día, algo se rompió tanto en ella…
que solo le quedaba renacer.
Ya no quedaba nada de sí misma allí.
Y, por extraño que parezca, fue un alivio.
Como romper por fin una coraza que llevaba demasiado tiempo arrastrando.
En parte, gracias a esas frases que había escrito, supo que debía salir de ahí.
Y tomó la decisión.
Con ansiedad, frágil, y con mucho miedo, siguió su rutina.
Pero algo dentro le susurraba que se acercaban tiempos de calma,
después de tanta tormenta.
Se esforzaba a diario por hacer lo que se suponía que debía hacer,
para alejar el dolor que tanto tiempo la había tenido pisada.
Un día, regresó a su antiguo lugar favorito.
En el camino, imaginaba que sentiría euforia, alegría.
Estaba orgullosa.
Había llegado hasta ahí sola.
Era la playa.
El día era perfecto: un sol brillante se reflejaba en un mar en calma y limpio.
El aire era puro, la arena estaba tranquila. No había nadie.
Todo era paz.
Paseó por el arenal, mirando al mar como antes.
Recordó momentos felices con Keila,
y pensó en todos los que aún quedaban por construir.
Un par de horas después, se sentó.
Y se dio cuenta.
No sentía ansiedad.
No sentía angustia.
Pero tampoco sentía euforia.
Ni alegría.
No sentía nada.
Solo un vacío.
Vacío.
Como si por el alma no pudiera atravesarte nada.
Como si las emociones positivas vivieran encerradas en recuerdos que ya no puedes tocar.
Estaba allí. Presente.
Pero como en piloto automático,
haciendo todo lo necesario para estar bien.
Y estaba bien.
Estaba mucho mejor, sin duda.
Pero nadie te cuenta que, después de sanar, no siempre llega un subidón.
A veces, lo que llega es el vacío.
Una calma desconocida desde la que tienes que reconstruirte.
Pero después de haber vivido en el abismo más profundo,
cualquier sensación distinta ya es una forma de alivio.
Y aunque hoy solo haya silencio,
mañana —con esfuerzo—
seré mejor.
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