Ese día que…

Abro los ojos, iluminada por el reflejo del sol en mi cama, una brisa veraniega y un tierno beso de mi perro. Parece que hay que levantarse.
Preparo café mientras miro afuera, cómo juega, corriendo como si fuera el día más feliz de su vida. La verdad es que lo hace cada mañana, rebozándose en la hierba, y sin pensarlo más, salgo fuera yo también.
 
Esa calidez inunda mi cuerpo, el sol acariciando mi piel mientras cierro los ojos me hace respirar en paz, como ayer. Me esperan las flores en su máximo esplendor, con todo su color… Desayuno sin prisas mientras leo uno de tantos libros que ocupan mi biblioteca. El tacto del papel es algo insuperable, la tranquilidad del ambiente en la que solamente se oyen los pájaros, las hojas del papel que yo paso y la brisa del aire…

Me doy una ducha caliente mientras escucho alguna canción de Leiva y disfruto de estar en el agua quizá más tiempo del que debería… Salgo y me dirijo al lienzo. Mis pinceles me esperan. La calma me ha traído inspiración, y empiezo a jugar con los colores para mi próxima pintura. Un buen día para pintar en exterior mientras mi bebé sigue jugando. Todo lo que he trabajado, por fin, ha dado sus frutos…

…Despierto… La ansiedad me invade, la luz que entra por la ventana no es tan bonita… No hay calidez, no está mi perro y no hay calma. Solamente estaban en mis sueños. Las palpitaciones me avisan: no estás bien…

Pero tranquila, cada día, con todo este trabajo y esfuerzo, estás más cerca de estarlo.


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