Liam: La llamada que no esperaba (Capítulo V)
El móvil vibró justo cuando Liam pensaba que el silencio ya no iba a romperse. No conocía el número. Durante un instante, deseó no contestar. Pero algo dentro —no sabía si era intuición o puro agotamiento— lo empujó a hacerlo.
—¿Liam? —una voz de hombre, grave, contenida, sin acento—. Escúchame. No cuelgues.
Liam se quedó quieto, como si el suelo se abriera bajo sus pies.
—¿Quién eres? —preguntó, notando que la garganta se le cerraba.
—Eso no importa. Lo que importa es que dejes de remover lo que no entiendes. Julia no cayó sola. Y tú estás entrando en algo que no vas a poder manejar.
El silencio fue inmediato, brutal. Las palabras se le clavaron como una aguja en el pecho.
—¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciéndote que Julia sabía cosas. Cosas que no debía. Que la rompieron antes de que tú llegases. Que no fue la tristeza lo que la mató, sino el peso de lo que callaba.
—¿Y tú cómo sabes eso?
La voz suspiró al otro lado, con una mezcla de impaciencia y lástima.
—Porque estuve cerca. Más de lo que imaginas. Y porque sé lo que hay detrás de todo esto. No es lo que parece, Liam. Ni tú estás tan lejos de esa oscuridad.
Un zumbido le atravesó el pecho. Había leído el diario, había visto las frases repetidas, los dibujos sin sentido, los restos de una mente rota. Pero nunca imaginó que hubiese algo más que el dolor. Algo externo.
—Dime la verdad —murmuró—. ¿Qué sabes?
—Solo una cosa más. Si sigues, vas a encontrarte con alguien llamado Marcos. Él fue importante para Julia. Muy importante. Pero no es lo que parece. Ten cuidado con lo que preguntas. Hay gente que prefiere que los muertos no hablen a través de otros.
La llamada se cortó. No hubo adiós. Ni tono de final. Nada. Solo el eco brutal de esa última frase.
Liam se quedó con el móvil aún pegado al oído. El aire en la habitación se había vuelto denso, casi irrespirable. Caminó hasta la ventana y la abrió de golpe, como si necesitara escapar de algo que no sabía nombrar.
Marcos.
Ese nombre no aparecía en el diario. Ni en los recuerdos. Ni en las versiones oficiales. Pero la forma en que lo dijo… no era una pista. Era una advertencia.
Se sentó al borde de la cama, con las manos sobre la cara, tratando de contener la rabia, la impotencia, la urgencia.
No podía parar ahora. No después de eso.
¿Qué le había pasado realmente a Julia? ¿Quién era ese hombre que lo llamó? ¿Y por qué alguien querría que dejara de buscar?
Durante unos minutos, todo giró en su cabeza como una espiral sin centro. Luego, respiró hondo, se levantó, buscó una libreta y anotó el nombre: Marcos.
Con letras grandes. Sucias. Firmes.
Ese sería el siguiente paso. Aunque no tuviera ni idea de a dónde le llevaría.
Aunque doliera. Aunque lo destruyera también a él.
Porque ahora no se trataba solo de entender a Julia. Se trataba de enfrentarse a un pasado que no había vivido, pero que, de algún modo, lo había tocado igual.
Una parte de él quería cerrar esa puerta, volver a casa, olvidar. Pero otra —la más viva, la más herida— ya había cruzado un punto de no retorno.
Afuera, la noche seguía avanzando como si nada. Adentro, todo ardía.
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