Mi peor enemiga
Me decía cosas que ni mi peor enemigo se atrevería a decirme. No eran insultos, no. Eran palabras hirientes, irónicas, frases dichas en el momento justo: “No vas a ser capaz”, o cosas aún peores. Con el tiempo, se fueron convirtiendo en una rutina, en una costumbre, en un hábito tóxico.
Recuerdo que todo empezó cuando encontró una buena maestra, alguien que le enseñó el arte de herir, y juntas se hicieron amigas y enemigas de mi interior. Desde entonces, me acompañaban en cada mal momento para asegurarse de que no intentara superarlo… y en cada buen momento para que no intentara avanzar.
Ella era cruda, bien amaestrada por su creadora: fría, hostil. Creció conmigo, su voz susurrante grabando a fuego sus palabras, que al principio no parecían tan importantes. Con el tiempo, su frialdad lo consiguió: me fui congelando en su maldad, creyendo cada palabra que me decía, porque una mentira repetida muchas veces acaba pareciendo una verdad.
Ya no era suficiente. Ya no era nada.
No era capaz de celebrar mis victorias, ni siquiera de verlas. Siempre veía algo que fallaba, todo por ella, que se alojaba tan cómoda dentro de mí. Esa voz no era externa…
Un día decidí empezar a dialogar con ella, a entendernos. A recordar que no era nuestra culpa lo pasado, y que podríamos buscar otra forma de hablarnos.
No puedo decir que se haya ido, pero sí que es más paciente, más permisiva y más benevolente. Al final, es como tener una niña herida que necesita sanar, pero no dejo que interrumpa mis pensamientos de mujer, hoy. (O eso intento). Es un camino difícil, pero con cada diálogo, curamos más…
Y tú… ¿Cómo te hablas?
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