«Todo son problemas»
Estoy dejando mi vida bonita por mí: un jardín lleno de flores y un rinconcito reservado para ti. Aún no has venido a verlo; dijiste que vendrías estos días, así que lo he acomodado con los cojines que te gustan y el té que tomas a mediodía.
Te he llamado, pero estabas ocupado. Dijiste que vendrías hoy; como no sé cuándo, estoy esperando, aunque contenta.
Estoy segura de que te sorprenderás con los cambios en mi vida. También espero que vengas contento: la última vez destrozaste el rincón, aunque aún no sé por qué, seguramente por algo que yo dije, con aquello… Tardé meses en recomponerme. Pero no importa: dices que ya no actúas así y quiero creer que así será.
Las horas pasan. El té empieza a enfriarse sobre la mesa, los cojines pierden el olor a limpio y el sol va bajando despacio. Estoy un poco cansada de tanto arreglar las cosas por aquí y decido mandarte un mensaje, a ver si pudieras decirme la hora para prepararte el té y no quedarme con el vestido que te gusta puesto, por si me mancho.
—Te dije que te hablaría más tarde. ¡Todo son problemas!
Tienes razón. No dejo de ser un problema; parece que mis cambios no son suficientes… Ahora me siento mal porque debo dejarte tu espacio y el rincón preparado para que vengas cuando quieras. Esperaré.
¿Por qué mi corazón está tan asustado? ¿Tan alarmado? ¿No estoy haciendo nada malo, no?
—Te lo están haciendo a ti —me contestó la voz de la razón. Llena ese rincón de flores para ti y cierra la puerta con llave; no podemos dejar que lo vuelva a destrozar.
Mientras lo entendía, lloraba en el rincón en el que tanto esfuerzo había puesto, porque no tenía que esperar por él; tenía que esperar por mí, que me había perdido hace mucho.
Y entonces, entre lágrimas, lo vi claro: no necesitaba su visita para que el rincón tuviera sentido. El jardín ya estaba floreciendo. Yo ya estaba floreciendo. Solo faltaba que me sentara ahí, con un té para mí, caliente, y empezara a quedarme conmigo.
